Sabia que las costuras de la vida
con el tiempo podían romperse,
deshilacharse.
Y que por su dehiscencia podrían
asomarse la angustia,
los miedos, el dolor y la impotencia…
Pero como Don quijote creí tener el bálsamo de
fierabrás
para curar los moratones del alma.
Los desconchados del corazón y los
enrevesados dilemas de la mente.
Débil, somos débiles para construir
fortalezas inexpugnables.
Hasta la voz se vuelve trémula y se
esconde bajo el paraguas
indolente de la monotonía complaciente.
La voluntad se acomoda en el mullido
sofá de lo cotidiano.
Acepta ser el caballito del tíovivo que da vueltas y vueltas
siempre sobre el mismo eje.
Cuesta relinchar, morder la rutina, pegarle fuego a lo banal.
Romper el tetánico orden de sujeto verbo y predicado.
Pero llegan las lágrimas que arrasan tu
mejilla.
Que socaban la tristeza, que deforman
las piezas de un puzle que ya no encaja.
Dejando la mente sin el asidero de la
bendita “normalidad”.
Nos convertimos tan solo en equilibristas
de la en tenguerengue cuerda de las emociones.
Esperando llegar al otro extremo… sin
caer en el vacío.